Por primera vez en mi vida sentí el llamado de
Dios, nunca había sido devoto, acudía a la iglesia cuando era necesario, en
bautizos, bodas, comuniones, una que otra vez a misa de domingos, rezaba de vez
en cuando, le pedía a Dios que me ayudara en tiempos difíciles, lo culpaba si
los tenía, era un feligrés más, común y corriente, les decía a mis hijos que
fueran respetuosos, trataba de seguir los mandamientos, me persignaba si estaba
en una iglesia, pero nada más, llegué a criticar a las personas que se pasaban
todo la vida metidos en misas, colectas, eventos, vaya que había muchas cosas
más en la vida en las cuales gastar el tiempo.
Todo cambió un día en que la vida ya me había golpeado
muy duro, después de haber recuperado a mi familia, de hacer todo lo posible
por estar juntos, después de partirme la espalda construyendo nuestra casa,
pasando meses en el juzgado haciendo frente a una demanda con la cual querían
quitarme la propiedad, todas esos días y noches que pasé solo lidiando con los
problemas, todo era para estar de nuevo con mi esposa, cargar otra vez a mis
pequeños, verlos crecer y no perderme ni un segundo de sus vidas. Me arrepentía
de haber salido de sus vidas en primer lugar, fui egoísta y lo estaba pagando,
Santi mi hijo mayor ya había crecido, era un adolescente de 13 años que ya no
podía cargar entre mis brazos, no me veía de la misma forma, sentía siempre un
poco de recelo de su persona, pocas veces me obedecía, en las discusiones sin
duda estaba a favor de Elena, todo lo que yo decía le disgustaba, y eso me
calaba en lo hondo. Los pequeños Leo y Ricky eran más juguetones, Leo siempre
me seguía a todos lados, pero era un travieso imparable al igual que Ricky,
claro que, si tenían que elegir entre yo y Elena se iban con ella, eso me tenía
por los suelos, Santi nunca seguía una instrucción mía, vivía desafiándome, se
negaba a todo lo que le pidiera, sabía que todo aquello en parte era mi culpa
por dejarlos tanto tiempo. Así que ahí estaba después de una de las tantas
discusiones con Elena, mientras cargaba la vieja y desgastada pick up con mis
productos, el sol me pegaba fuerte en la cara al bajar la cabeza, una señora
cuarentona, que vestía una falda larga que le cubría hasta los tobillos, el
pelo recogido en una cebolla, me miraba sonriente mientras me extendía un
folleto que hablaba sobre la palabra de Dios, apenas y tuve tiempo de empezar a
hacer un gesto de rechazo cuando empezó a hablar del Señor, sobre su infinita
bondad, sus palabras me envolvieron de tranquilidad, me sentí atraído a su
charla, la acompañé a su templo que estaba a unas cuadras, entonces me enamoré
de Dios, al mismo tiempo que comprendía sobre su infinita bondad, de que nos
amaba, me di cuenta que solo muy pocos eran los que realmente merecían la
entrada al reino del Señor, desde ese momento supe que Yo quería estar en ese lugar, quería estar rodeado de bondad,
de un área verde donde correr, recostarme a leer un par de libros, supe que no
soportaría terminar en otro lado si no era aquel donde todos se amarían por
igual, donde nunca habría más dolor, ni pena, ni vergüenza, no habría rabia, ni
disgustos, por tanto no discutiría con Elena, y mis hijos siempre estarían
felices a mi lado.
Entonces pensé acerca de lo que tenía que dejar de hacer, hay
tantas cosas que nos hacen pecadores, cosas que nunca haría como asesinar, o de
las pequeñas como las mentiras, todo causa pena a nuestro señor, el golpear a
mis hijos que yo siempre justificaba con la disciplina, las maldiciones, mirar
mal al prójimo, calumniarlo con cualquier rumor, mis amigos y el pastor me
fueron abriendo los ojos a que estamos rodeados de el mal, que el Maligno
siempre hace de las suyas para alejarnos del amor de Dios y del paraíso que nos
hiso, ya que así como Dios estaba en todas las cosas hermosas y buenas de la
vida el Maligno siempre veía la forma para desviarnos del buen camino, dejé de
hacer muchas cosas, como ver televisión pues me di cuenta que siempre había
violencia, malas palabras, que pasaba demasiado tiempo de ocio, incluso prohibí
a mis hijos que vieran películas, que escucharan canciones y cada que podía los
alejaba del mal que nos rodeaba sin tregua, siempre vi por ellos los intenté
acercar al buen camino pero sentía que era caso perdido, Santi en plena
pubertad le aburría cada que le leía la biblia, no veía la manera de llamar su
atención, los pequeños Ricardo y Leo no entendían de lo que les hablaba y
ansiaban que los liberará para salir corriendo sobre sus juguetes, para
perderse en sus juegos toda la tarde. A veces solo me quedaba observándoles lo
mucho que había cambiado, Santi ya no era mi bebé sus pequeños brazos y piernas
habían dado el primer estirón de su desarrollo ahora me llegaba al hombro,
pintaba para que fuera alto como yo, siempre metido en algún libro, escuchando
música, riendo, era un buen chico nunca nos había dado realmente problemas,
solo los normales de cualquier jovencito. Ricardo y Leo, aunque con diferencia
casi de dos años tenían el mismo tipo de cuerpecillo pequeño y delgaducho
siempre daban la apariencia de ser cuates, estaban tan unidos que a veces si
les mirabas con atención repetían gestos, movimientos, risas casi idénticas,
esos con sus escasos 5 y 4 años respectivamente aún no podrían comprender lo
que quería transmitirles. Elena no tenía la misma visión que yo sobre las
prohibiciones decía que estaba exagerando y que por cosas tan minúsculas como
ver una película o escuchar cierta canción no se irían al infierno, la mayor
parte del tiempo sentía miedo, pena por el destino de mis hijos y el mismo de
Elena.
Me acerqué a mis hermanos del templo, con el
pastor, siempre me tranquilizaba hablar con él, había algo en su mirada de ojos
oscuros que me daba paz, su pelo siempre liso siempre peinado, su bigote
recortado y pulcro que hacía juego con su sonrisa tranquilizadora estando ahí
con mi pastor le expuse mis miedos en cuanto a mi familia, me dijo que
estuviera tranquilo que Dios tiene un plan para todos, que de a poco los fuera
acercando a la palabra del señor. Sentía que ya no había tiempo para ellos como
si el día del juicio estuviera tan cerca que cuando ellos al fin me hicieran
caso fuera ya demasiado tarde. Durante las siguientes semanas intenté convencer
a Elena de que me acompañaran todos al templo, pero me decía que no le llamaba
la atención que realmente no estaría cómoda. Con los niños tuve la misma
suerte, Santi solo me daba alguna excusa dando vuelta hacia otro lado. Hasta
que un día decidido a que los salvaría llegué ansioso a casa apurándolos a que
me acompañaran al templo teníamos que estar ahí desde el comienzo no podíamos
perder nada si queríamos la gracia del señor Elena se apuró en la ducha mientras
yo preparaba a los niños, salimos disparados, llegamos justo antes que el
pastor empezara, estaba lleno así que nos ubique al fondo para que no se notara
que llegamos algo tarde, sentí el júbilo apenas entre al templo, el pastor
comenzó a decir el sermón, los niños empezaron a cuchichear y los callé al
momento no podía faltarle al respeto así a ese lugar sagrado casi me hacen
gritarles pero recordé que el diablo era el que me hacía obrar de esa manera
entonces me tranquilicé y deje guiar a mi espíritu por las hermosas palabras
del pastor nos decía que Dios nos amaba, que era todo amor, que teníamos que
valorarle, ser dignos de él, sentí esas palabras como si recorrieran todo mi
cuerpo sentí como me quemaban por el pecado que había en mí, las manos me
empezaron arder, la cabeza me retumbaba, sentí como a mi cuerpo lo invadía el
pecado, vi a mis hijos y no pude aguantar que la pena me embargara por su
futuro, por el mío, no se merecían un padre que no fuera digno del amor de
Dios, no lo soporte más.
- ¡Señor! - - ¡Perdóname
por ser pecador! - - ¡Perdónalos a ellos
por ser malos y no dignos de ti!- - ¡Oh
señor te lo ruego! -
Entre más gritaba sentía un cosquilleo esparcirse
en todo mi cuerpo era el mal del pecado se hacía más y más fuerte a cada
segundo me tiré al piso frotándome contra la tierra para que se fuera de mí.
- ¡Señor soy un
pecador! - - ¡Perdóname, perdóname! - - ¡No
soy digno de tu bondad! -
Entre más me arrastraba sentía menos aquel
cosquilleo volteaba a ver a mis hijos y les suplicaba que hicieran los mismo
quería que se salvaran junto conmigo no quería mi destino en ellos, pero no
hicieron otra cosa más que mirarme con desagrado, con horror, no pude con eso
entonces me levanté a prisa, para dejar atrás la última sensación de pecado en
mi cuerpo corrí por toda la calle lo más rápido que pude mientras avisaba a mis
vecinos.
- ¡Arrepentíos,
porque ya viene el reino de los cielos! –
me sentí liberado al terminar de correr el cosquilleo se
fue y sentí una infinita paz que me envolvía, mi pulso se calmó, el sudor de mi
frente desapareció, un gran alivio acompañado de felicidad se mantuvo en mí,
volví al templo para continuar escuchando las sabias palabras de la biblia de
voz de mi querido pastor, cuando entre todos estaban en silencio así que educadamente hice una seña al pastor para que
continuase, miré a mis hijos luego a Elena con un amplia sonrisa pues sabía que
al menos había hecho algo para salvarlos ese día.
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